Una estrella centenaria...

Patio de Los Leones. Cèsar Pasadas.

Ya estoy de nuevo en casa.
¿Casa? De acuerdo, si casa es aquel lugar donde dormimos con cierta frecuencia y tenemos nuestros libros, entonces he vuelto a casa.
Pero para no cambiar demasiado una temerosa actitud que me caracteriza, el techo del estudio me estaba ahogando y he decidido salir a conversar por barras de la ciudad. Bien, conversar, conversar, bien poco. Más bien pensar en soledad. Quizá estaba buscando otra fastuosa aventura o simplemente alimentarme lo mínimo para no morir precozmente. No lo sé. Pero lo cierto es que mi fiel compañera líquida de todos los tiempos no me falla nunca, o casi.
Hace un par de días, bueno, un par de noches, un casi amigo fue a tropezar a la misma barra donde yo me inspiraba el sueño. Se le notaba dolido, hundido, triste, somnoliento, cansado, enfurecido, deprimido, sólo. Sin lágrimas en los ojos pero inmerso en un llanto absurdo me explicaba qué iba a hacer con sus dos invitaciones de La Alhambra. Curioso dilema el de una persona a las diez u once de la noche. Pues nada Carlos, nos vamos ahora mismo para Granada y las aprovechamos, que para eso somos catalanes; le expreso yo con cierto sarcasmo.
Si hay algún hecho que demuestra que no es bueno hablar más de la cuenta, es que no lo hagas nunca con un resentido, y menos aún si por sus venas corre más alcohol que sangre. De dicho modo, la invitación-suicidio está servida: diez horas de coche y novecientos kilómetros nos dejan a las faldas de Sierra Nevada. Por eso del Carné por puntos (y porque hay que ser civilizado) desayunamos unas cervezas para entrar en calor, ya que la noche ha sido larga, fría y seca. ¡Pero, todo esto a qué viene, me pregunto hasta yo! Pues al sencillo hecho de que mi centenaria amiga aquí no es fácil de encontrar. Cualquier marca, cualquier nombre, el mismo color dorado, el mismo alcohol, pero mi estrella se ha perdido en el camino. De hecho, estoy seguro que mi actual estrella ahora se encuentra mil kilómetros al norte de donde mi ahora sí, del todo amigo, me explica su ruptura sentimental.
¡Vaya por Dios! ¡Qué bonita que es La Alhambra! Pero, qué ganas que tengo de salir y callejear por el centro, de tetería en tetería. Y no es que sea adicto al té, tanto da, pero alguna cosa caliente en el cuerpo has de poner para estar en condiciones pseudo-cívicas.
Casualidades de la vida, otro otoño más que estoy en esta tierra y de manera demasiado breve. Será el destino el que se empeña en que me tenga que enamorar de esta ciudad, y no lo digo por su precioso aspecto y gente maravillosa, sino por el hecho de que las cosas que repetimos con ahínco pero con suma brevedad, acaban formando parte de nuestro ser y no nos podemos nunca más desprender.
Bien, el caso es que como he comenzado, he vuelto a eso que dicen casa. He estado disfrutando de mi fiel compañera, que aunque con más de cien años que publicita la marca yo sólo llevo veinte ingiriéndola con sumo placer. Quizá, por qué no, deberían darme acciones por los miles de litros consumidos en estos últimos años. Me pregunto, ¿tanta cebada existe?
En fin, que acabo este día, con mi estrella de toda la vida en un antro ecuatoriano para que nadie me reconozca y no me pueda invitar a ningún lugar más lejano que mi casa. Pero, ¿qué oigo? ¿Qué veo? Al bar entrar un chiquillo en monopatín preguntándole al camarero qué ha hecho el Barça. El camarero ni caso. El muchacho se dirige a mí en catalán, y vuelve a preguntar lo mismo. ¡Qué dulzura! No tengo ni idea, pero me ha alegrado el día.
Ahora sí estoy en casa.

Cèsar Pasadas



Comentaris

Anònim ha dit…
Muchas gracias por el viajecito, compañero. Eres la persona más ácida y irónica que he conocido jamás. Por cierto, tienes razón que la Alambra sin buena compañía tampoco es para tanto.

Saludos
Anònim ha dit…
Wenu, wenu,...! Això sí és cultura líquida, i que es deixen de tontades els lleons i les columnes. Visca l'Estrella del nord o d'on sigui, però que sigui daurada i freda, si us plau.

Noa!
La Estrella Galicia también está muy bien, ¿eh? Y la Keler que tomamos en Euskadi.

Otra historia mínima. Me encantan las 'historias mínimas'.

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